El paso de las mujeres latinoamericanas -como de todas- del espacio privado al público se produjo a lo largo del siglo XIX gracias a su presencia social en tertulias, y a algunas responsabilidades que representaban una proyección social de su rol doméstico, como la beneficencia, o de su educación burguesa, como la música, las artes plásticas y la escritura. No obstante en la construcción de los Estados Nacionales la educación fue un campo prioritario y desde un mayor bagaje cultural y una mayor independencia de juicio: por la formación recibida la mujer aspira a entrar en el espacio público, y empieza a luchar por ello sin dejar de valorar la aportación que supone para una sociedad el cuidado y educación de los hijos. Además, en un mundo social y político complejo en el que las clientelas o redes familiares son estructuras de larga duración las mujeres -a través del matrimonio y la dote material e inmaterial- tuvieron una importancia capital. A esto se añadió la inserción educativa, las crisis económicas y la inmigración -en algunos países, multitudinaria a lo largo del XIX- explican la lenta pero imparable irrupción de las mujeres en el mercado de trabajo. Otros factores fueron las guerras que obligaron a las mujeres a sustituir a los varones en algunos trabajos. Las tradiciones autóctonas indígenas también pesaron: por ejemplo en Paraguay por influencia guaraní las mujeres eran esenciales en la cadena productiva; en el campo paraguayo en 1886 un 62% de los empleados eran mujeres; transportaban fardos de hasta 100 Kg. en la cabeza, eran lavanderas, planchadoras, costureras, mercachifles, sirvientas y jornaleras. Tanto es así que en Paraguay en 1875 se empezó la regulación del trabajo doméstico estipulándose los documentos normativos y la legislación. Pero en general, las primeras irrupciones en la esfera pública de las mujeres fueron en la enseñanza -no deja de ser sorprendente que los ciudadanos fueran en muchos casos educados por no ciudadanas- la beneficencia y/o la salud pública como primeros campos de empleo. Por ejemplo en Argentina en 1869, 1895 y 1914 las tasas de ocupación femenina fueron respectivamente el 21, 29 y 39 %. Naturalmente en estas cotas no se considera el mismo trabajo si se realiza dentro del propio hogar: educación y cuidado de los hijos, limpieza y mantenimiento de la casa, tejido, costura, cocina, cuidado del campo y los animales, etc. Además según los Códigos Civiles de los países latinoamericanos, la tutela de la mujer correspondía a su padre hasta los 22 años o el momento en que contrajera matrimonio; entonces era su marido quien tutelaba todas sus transacciones y acciones para que éstas tuvieran curso legal; si la mujer tenía actividades propias era necesario el consentimiento marital y se acostumbraba entregar el salario. Las voces femeninas se podían oír en cortes civiles y eclesiásticas -la vía judicial era a veces la única oportunidad- pero no en las Cámaras. En Buenos Aires en 1875 se fundó una escuela de parteras. Estas nociones de higiene y modernización llegaban a los desfavorecidos a través de la beneficencia. Era una cuestión de "civilización" y construcción del Estado: familias limpias y modernas en naciones ordenadas y civilizadas. Esta aspiración explica que entre las primeras tituladas de entre siglos fuera grande la influencia del Darwinismo, el Positivismo y las teorías eugenésicas de Galton, sin quizá ver los riesgos humanos que entrañaban. Paulina Luisi fue una entusiasta de las prácticas del eugenismo, igual que Elvira López, Carolina Muzzilli y Alicia Moreau. En Perú fue muy importante la tarea de educadoras como Elvira García y García Bert y Mª Jesús Alvarado en pro de la educación de los niños por sus madres y no por las criadas.
Transporte agrícola en Argentina. Grabado de la Ilustración Europea y Americana
A fines del XIX los cambios tecnológicos, el éxodo rural, la industrialización produjeron cambios en el espacio de trabajo de las mujeres, que fueron desplazándose del hogar a la fábrica, a los empleos de domesticidad y servicios. Las artesanas independientes tuvieron en muchos casos que abandonar la artesanía por la producción fabril; en los sectores del textil y del tabaco sobre todo. La percepción de salario a destajo impuso ritmos inhumanos de trabajo. En la fábrica hombres y mujeres realizaban papeles muy diversos, asumían distintos niveles de responsabilidad y por una misma tarea recibían salarios diferentes. A principios del XX la maquinización redujo el empleo de mujeres en las fábricas. En el cambio de siglo- entre 1895-1915- por ejemplo en Argentina, aunque es un fenómeno extrapolable, la enseñanza se quintuplicó como trabajo femenino. Estudio y enseñanza en Escuelas Normales, formación de otras formadoras en estos mismos centros o quizá un trabajo como maestras en escuelas y colegios fueron las primeras profesiones que hacían compatibles con las tareas domésticas y familiares en muchos casos. Aparece a la vez la gestión educativa; el salario propio facilitaba poder ampliar estudios después. Empezaron a surgir las primeras tituladas. En Paraguay en 1905 se creó el Colegio Mercantil de niñas. Además, como resultado de la alfabetización, la educación pública o privada en los sectores más favorecidos, el inicial espacio de la escritura salta de la intimidad o el uso social -Juegos Florales, tertulias literarias y/o poéticas- al oficio: literatura o periodismo profesionales. Todo esto amplía la panorámica femenina y surgen las Revistas de mujeres, no sólo de "cuestiones femeninas" tal como éstas podían entenderse entonces sino además, políticas, ideológicas o de opinión: por ejemplo La Voz de la Mujer, anarquista, Minerva o Caras y Caretas, etc. Hablamos desde luego de mujeres de raigambre criolla y en la medida en que se fueron integrando en la sociedad receptora de inmigrantes europeas. El liberalismo creó una sociedad con espacios definidos -y marginales- para las mujeres negras, indias, mulatas y mestizas, aún mucho más desprotegidas. Por ejemplo, en Lima en 1908 un alto porcentaje de las mujeres que vivían en la ciudad y trabajaban en el campo como jornaleras y cultivadoras eran indias y negras; mestizas e indias trabajaban como vendedoras ambulantes, lavanderas, amas de leche o tejedoras. Las blancas pobres solían dedicarse al comercio a pequeña escala.
Una sociedad un tanto diferente es la cubana pre independentista, con dos realidades que nada tienen que ver: la negritud y la blanquitud. La mujer negra se ganaba la vida en la calle y la blanca en casa. En 1861 el 44,4 % de las blancas mayores de 13 años estaban casadas o ya eran viudas; sólo el 18% entre las morenas libres y 7% entre las esclavas. En los barrios populares de la Habana el 23,1 % de las mujeres de color entre 15-49 años convivía libremente con un hombre; esa situación entre las blancas alcanzaba sólo el 10%. La hogarización no era posible para las mujeres de color que necesariamente debían trabajar, la mayoría de ellas en el servicio doméstico, o como parteras. Entre las blancas que trabajaban por necesidad el 85% lo hacían como costureras en su propia casa, ya que era un trabajo honroso; el 75% de las enfermeras y el 95% de las maestras eran blancas. También hubo casos, pocos, de propietarias y rentistas viudas o en ausencia de maridos, mujeres dedicadas a los negocios como compraventa de inmuebles, empresarias, bodegueras o vendedoras de quincallería.
Con esfuerzo pero imparablemente la mujer va entrando en el mundo de las titulaciones académicas y el ejercicio de las profesiones liberales. Para empezar era preciso que después de estudiar en el liceo femenino -o su equivalente- obtuvieran un permiso extraordinario para matricularse en un centro educativo de varones; terminados los estudios secundarios, se podía acceder a la Enseñanza Universitaria, con otra licencia extraordinaria. Había que ser capaces de soportar las burlas y bromas de los compañeros de clase - o por lo menos de algunos-, clases a las que por supuesto era preciso asistir acompañada. Otra vía era, después de los estudios primarios, titularse como maestra o maestra normalista y luego seguir alguna otra carrera, contando con que con ese título ya se podía ejercer como docente en las Escuelas. Después de todo, enseñar es una forma de educar y cuidar, roles para los que la mujer está naturalmente preparada, así que no era una cuestión que asombrara a nadie. No sucedió lo mismo con las primeras estudiantes de Medicina, Leyes, etc. Las primeras tituladas consiguieron sus licenciaturas en torno a los 80 del siglo XIX: Margarita Chorné dentista mexicana en 1886, el mismo año que Eloísa Díaz lnsunza ginecóloga chilena en Argentina; Ninfa Fleury se diplomaba en Agronomía en 1883 y Petrona Eyle, argentina, en Medicina en 1891. En esa misma época, Trinidad Enríquez fue la primera peruana licenciada en Derecho.
Además, hay un caso familiar excepcional y llamativo: el de las hijas de María Teresa Janicki, inmigrante en Argentina y Uruguay, y docente, que con una mentalidad amplia y avanzada quiso -y logró- que las tres obtuvieran una licenciatura.
Así Luisa Luisi fue educadora, Clotilde Luisi abogada y Paulina Luisi, médica. Dolores González de León astrónoma y Refugio González de León física mexicana, las dos de finales del XIX y principio del XX se abrieron camino en el mundo científico; Matilde Montoya logró titularse como cirujana en 1887. Margarita Práxedes Muñoz se matriculó en Medicina en 1885; era peruana pero estudió en Chile. Elida Passo, farmacéutica argentina en 1885 se matriculó después en Medicina pero la tuberculosis le impidió terminar: murió en quinto de carrera. Josefina Pecotche, argentina, comenzó a ejercer como dentista en 1899, mientras Ernestina Pérez Barahona se tituló como médico en 1887, y la peruana Laura Rodríguez Dulanto como médica cirujana en 1900, especializándose después como ginecóloga. Una trayectoria singular fue la de Lucía Tagle, en México, ya que pasó de ejercer como maestra en 1872 a trabajar como tenedora de libros muy prósperamente, ganando incluso más que algunos hombres dedicados a la misma actividad.
En el siglo XX la Universidad se abrió como vía normal de profesionalización para las mujeres, pero aún en las primeras décadas los esfuerzos para lograrlo eran ímprobos. Los primeros nombres femeninos vinculados a las ciencias médicas son Lola Úbeda médica argentina en 1902, María Elena Maza, enfermera y Directora de la Escuela de Enfermería en México; Rosa María Crespo, panameña, doctora en Medicina y Cirugía y escritora; Marie Langer, psicoanalista en Argentina o Elena Orozco mexicana doctora en Medicina en 1941; Matilde Rodríguez, mexicana, Doctora en Psiquiatría por la Universidad de Berlín en 1930; Helia Bravo, bióloga y botánica mexicana se titulaba en 1922; Eva Eugenia Estrada química mexicana; Guadalupe Henestrosa bióloga argentina; Alejandra Jaídar, física mexicana; Rita López de Llergo, geógrafa y matemática mexicana y Paris Pishmish, astrónoma turca arraigada en el DF son algunos ejemplos de trayectorias científicas esforzadas que abrieron brecha y espacio para otras mujeres.
El mundo de las letras también fue escenario de mujeres que hicieron a la vez carrera e historia: Bibliotecarias como Blanca Mercedes Mesa y Rosario Antuña, cubanas; la mexicana Lucrecia de la Torre y su compatriota Juana Manrique graduada en 1924 en Nueva York. Profesoras de Universidad como Alicia Genovese, Mª Emma Mannarelli, Dora León Borja, María Rostworowski, Mª Rosa Lida de Malkiel; Mariola Ladan; Lily Sosa de Newton; Reyna Pastor, Renata Donghi, que fueron ampliando espacios y posibilidades para cuantas mujeres quisieran emprender esa trayectoria desde principio hasta el fin del siglo XX y comienzo del XXI. Filósofas - Ana Mauthe, argentina que leyó su tesis sobre Aristóteles en 1901-; investigadoras - Sara Beatriz Guardia, del CEMHAL; Susana Uribe, doctora en Ciencias Históricas e investigadora del prestigioso Colegio de México, Elvira López temprana doctora en Filosofía y Letras- historiadoras como las mexicanas María Teresa Escobar, Mercedes Meade y Leonor Llach; o Josefina Passadori, profesora de Geografía. Carmen Millán, primera mujer en la Academia Mexicana de la Lengua logró un importante paso: la presencia de la mujer en las grandes y reconocidas instituciones académicas. Otro campo tradicionalmente varonil era la arqueología: aquí dos de las grandes pioneras fueron María Lombardo y Malú Sánchez de Bustamante. Otros panoramas en distintos momentos los han abierto antropólogas como Eliane Karp; arquitectas como Ruth Rivera; destacadas estudiosas y docentes de Arte Dramático como Edda de los Ríos , o amas de casa de un alto nivel intelectual e integradas en los ambientes artísticos y de vanguardia como Adriana Romero. Actividades esenciales como la educativa en su especialidad pedagógica han sido el escenario de las trayectorias de la polifacética Lenka Franulic, o la cubana Dra. Hortensia Pichardo, compatriota de otra gran profesional: la latinista, profesora y gestora cultural Vicentina Antuña. El mundo de la comunicación en todos sus medios también aporta nombres de periodistas como Adelina Zendejas, Verónica Zondek, Gigliola Zecchin o Elvira Vargas. Otros campos quizá más prácticos son los de las activistas, promotoras culturales y trabajadoras sociales como la filántropa feminista e impulsora de la educación de las mujeres a través de la fundación de centros educativos Adela Formoso; Fabiola Tornassi, inmigrante italiana o ya en el veinte avanzado María Santos, india lenca.
El duro mundo de la praxis jurídica y el ejercicio del Derecho fueron poco a poco abriéndose a la nueva realidad social de la integración académica y laboral de las mujeres. Hay que citar -como ejemplos- a Celia Tapias una de las primeras abogadas argentinas, a Loló de la Torriente cubana; la argentina Emar Acosta, primera jurista argentina y de América Latina; María Lavalle y Gloria León, abogadas mexicanas de los años 40; Clara González Beringher y Elida Campodónico primera y segunda abogadas panameñas. Digna Ochoa, abogada mexicana, activista por los derechos humanos, murió asesinada en 2001. La chilena Marta Elena Samatán recibió su título de abogada en 1927. La diplomacia fue otro campo ambicionado y conseguido por Paula Alegría, Amalia González Caballero y Palma Guillén embajadoras o diplomáticas mexicanas; Dora Echevarría, colombiana, e Yvonne Clays, salvadoreña. Luisa Anastasi fue la primera jueza argentina; Aydée Anzola la primera colombiana Consejera de Estado y Cristina Salmorán, Abogada Mexicana, fue Ministra de la Corte Suprema de Justicia en 1961. Existieron también profesionales un tanto atípicas dentro de un proceso interesante de ampliación de campos fuera de los sectores tradicionales, ocupaciones unidas al espectáculo -como el toreo o las acrobacias aéreas- y al ocio -como el deporte- que hablan de una profesionalización femenina más allá de las actividades puramente necesarias: tres ejemplos son la rejoneadora y torera Conchita Cintrón; la tenista profesional Gabriela Sabatini o la aviadora Carola Lorenzini. Y desde luego, Religiosas y Fundadoras como Madre Mª Caridad Brader, suiza afincada en América Latina, Lucila Maldonado y Guadalupe Martínez Orozco quienes además de la profesión religiosa realizaron verdaderas tareas de promoción humana, social y cultural de generaciones de mujeres latinoamericanas.
No obstante y a pesar de que estos avances fueron suponiendo el acceso y la normalización de la participación de las mujeres en las profesiones liberales, fenómeno que va unido en muchos casos a la consolidación de las clases medias y la consiguiente democratización, los retos, desafíos y problemas de finales del XX y principios del XXI siguen estando ahí. Según Irma Arriagada, el nuevo papel del Estado, la crisis de la deuda, los efectos de los programas de ajuste y la caída en el gasto social, han tenido consecuencias a largo plazo que se expresan en una creciente pobreza, desempleo estructural y coyuntural, concentrado en mujeres y jóvenes, y en el aumento de las ocupaciones precarias y atípicas, donde las mujeres se sitúan en las áreas menos remuneradas de las cadenas productivas y de subcontratación. El recurso económico fundamental de las latinas es el trabajo remunerado, casi siempre en condiciones de desigualdad. Actualmente, -según datos del CEPAL, en 1994, 1995 y 1996 son muchos los hogares dónde la cabeza de familia es una mujer, debido a las migraciones, viudez, rupturas matrimoniales y fecundidad adolescente. Según el mismo CEPAL para el 96, entre el 17% y el 27% de los hogares urbanos son de jefatura femenina. Otra situación común es la familia con dos proveedores -marido y mujer- o incluso tres ya que los niños también trabajan de manera creciente en el mercado de trabajo. Las tasas de actividad femenina crecieron de 37% a 45%. Este aumento se produjo principalmente entre las mujeres de 25 y 49 años. Dependiendo de los niveles educativos, y especialmente de las profesionales más jóvenes, se han ido insertando en las áreas más modernas de esos sectores con ingresos relativamente elevados, pero siempre inferiores a los correspondientes a los varones con similar calificación. El informe de la CEPAL de 1995 manifiesta cómo sin el ingreso de las mujeres que son cónyuges, la pobreza del hogar aumentaría entre 10% a 20%. Para el conjunto de los hogares las mujeres que son cónyuges aportan alrededor del 30% de los ingresos con variaciones según los países. Sin olvidar que en países en vías de desarrollo el 66% del trabajo de las mujeres-en su propia casa y familia- se encuentra fuera del sistema de cuentas nacionales por lo que no se contabiliza, no se reconoce ni se valora. No obstante, en unos años, el panorama ha evolucionado, tal como se muestra en estos cuadros elaborados desde los datos del Informe de la CEPAL 2009.
Población Femenina por Grupos de Edad (En miles de Personas).
Elaboración Propia.
Fuente: Informe de la CEPAL 2009.
País | TOTAL* | 15-24 | 25-34 | 35-44 | más de 45 |
Argentina | 15.800 | 3.365 | 3.225 | 2.564 | 6.646 |
Bolivia | 3.268 | 986 | 742 | 579 | 961 |
Chile | 6.789 | 1.453 | 1.234 | 1.237 | 2.865 |
Colombia | 16.991 | 4.183 | 3.743 | 3.243 | 5.822 |
Costa Rica | 1.711 | 429 | 378 | 308 | 596 |
Cuba (*) | 4.647 | 776 | 689 | 1.019 | 2.163 |
Ecuador | 4.792 | 1.247 | 1.052 | 865 | 1.628 |
El Salvador | 2.320 | 647 | 491 | 408 | 774 |
Guatemala | 4.426 | 1.471 | 1.086 | 725 | 1.144 |
Honduras | 2.437 | 805 | 605 | 409 | 618 |
México | 41.051 | 10.135 | 9.143 | 8.199 | 13.574 |
Nicaragua | 1.957 | 624 | 487 | 328 | 518 |
Panamá | 1.243 | 298 | 268 | 248 | 429 |
Paraguay | 2.135 | 645 | 509 | 349 | 632 |
Perú | 10.382 | 2.779 | 2.387 | 1.908 | 3.308 |
R. Dominicana | 3.432 | 937 | 781 | 621 | 1.093 |
Uruguay | 1.374 | 254 | 235 | 220 | 665 |
Venezuela | 9.919 | 2.665 | 2.334 | 1.874 | 3.046 |
(*) No es la totalidad de la población femenina, sino la suma del número de mujeres en esos grupos de edad.
Población Activa Femenina (En miles de Personas).
Elaboración Propia.
Fuente: Informe de la CEPAL 2009.
País | 1990 | 1995 | 2000 | 2005 | 2010 | 2015 |
Argentina | 4.184 | 5.184 | 6.096 | 7.188 | 8.052 | 8.920 |
Bolivia | 1.017 | 1.253 | 1.553 | 1.817 | 2.126 | 2.470 |
Chile | 1.414 | 1.768 | 2.156 | 2.527 | 2.931 | 3.324 |
Colombia | 4.458 | 6.111 | 7.929 | 9.118 | 10.350 | 11.579 |
Costa Rica | 313 | 395 | 503 | 628 | 762 | 891 |
Cuba | 1.380 | 1.482 | 1.537 | 1.695 | 1.848 | 1.973 |
Ecuador | 882 | 1.332 | 1.818 | 2.143 | 2.519 | 2.935 |
El Salvador | 528 | 701 | 907 | 1.099 | 1.304 | 1.522 |
Guatemala | 496 | 790 | 1.193 | 1.551 | 1.996 | 2.529 |
Honduras | 365 | 476 | 606 | 786 | 1.009 | 1.269 |
México | 6.808 | 9.574 | 12.838 | 15.338 | 18.113 | 20.966 |
Nicaragua | 386 | 508 | 651 | 792 | 956 | 1.130 |
Panamá | 278 | 348 | 424 | 509 | 597 | 687 |
Paraguay | 487 | 605 | 751 | 919 | 1.109 | 1.317 |
Perú | 2.569 | 3.637 | 4.856 | 5.542 | 6.279 | 7.020 |
R. Dominicana | 821 | 1.095 | 1.395 | 1.622 | 1.861 | 2.113 |
Uruguay | 515 | 591 | 666 | 689 | 724 | 763 |
Venezuela | 2.091 | 2.520 | 3.010 | 3.717 | 4.474 | 5.255 |
Tasa de desempleo abierto urbano femenino por grupos de edad.
Tasa Media Anual en %.
Elaboración Propia.
Fuente: Informe de la CEPAL 2009.
País | TOTAL | 15-24 | 25-34 | 35-44 | más de 45 |
Argentina | 11,7 | 29,3 | 10,0 | 7,8 | 6,2 |
Bolivia | 9,4 | 23,2 | 11,5 | 2,8 | 3,2 |
Chile | 9,5 | 21,6 | 10,7 | 7,2 | 5,0 |
Colombia | 16,0 | 31,6 | 17,2 | 11,2 | 6,9 |
Costa Rica | 5,6 | 12,0 | 6,6 | 3,0 | 2,0 |
Cuba (*) | ------- | --------- | --------- | --------- | ----------- |
Ecuador | 9,6 | 22,1 | 9,2 | 6,7 | 4,7 |
El Salvador | 3,8 | 9,6 | 4,1 | 2,3 | 0,8 |
Guatemala | 3,1 | 6,7 | 2,3 | 1,8 | 1,0 |
Honduras | 3,7 | 7,9 | 4,0 | 2,2 | 0,7 |
México | 3,5 | 9,0 | 3,9 | 2,0 | 0,7 |
Nicaragua | 5,4 | 10,4 | 8,0 | 2,2 | 1,1 |
Panamá | 7,9 | 20,9 | 9,1 | 5,0 | 2,4 |
Paraguay | 8,5 | 16,7 | 10,1 | 3,3 | 3,2 |
Perú | 6,9 | 14,7 | 7,4 | 3,9 | 3,5 |
R. Dominicana | 7,2 | 16,0 | 6,7 | 6,5 | 1,3 |
Uruguay | 10,4 | 26,9 | 11,2 | 7,4 | 5,2 |
Venezuela | 7,4 | 15,9 | 8,7 | 5,0 | 3,2 |
(*) En el informe de la CEPAL 2009 no figuran datos.
Tasa Global de Fecundidad por quinquenios: Número de hijos por Mujer.
Elaboración Propia.
Fuente: Informe de la CEPAL 2009.
País | 2000-2005 | 2005-2010 | 2010-2015 (*) |
Argentina | 2,4 | 2,3 | 2,2 |
Bolivia | 4,0 | 3,5 | 3,1 |
Chile | 2,0 | 1,9 | 1,9 |
Colombia | 2,6 | 2,5 | 2,3 |
Costa Rica | 2,3 | 2,0 | 2,0 |
Cuba | 1,6 | 1,5 | 1,5 |
Ecuador | 2,8 | 2,6 | 2,4 |
El Salvador | 2,6 | 2,4 | 2,2 |
Guatemala | 4,6 | 4,2 | 4,7 |
Honduras | 3,7 | 3,3 | 3,0 |
México | 2,4 | 2,2 | 2,0 |
Nicaragua | 3,0 | 2,8 | 2,6 |
Panamá | 2,7 | 2,6 | 2,4 |
Paraguay | 3,5 | 3,1 | 2,8 |
Perú | 2,8 | 2,6 | 2,4 |
Rep. Dominicana | 2,8 | 2,7 | 2,5 |
Uruguay | 2,2 | 2,1 | 2,0 |
Venezuela | 2,7 | 2,6 | 2,4 |
(*)Obviamente son extrapolados.